Fotografía tomada de la red. |
La pequeña Cora fingió muy bien que lloraba. En cuanto a Chelo, no tuvo más remedio que sacar el pañuelo impregnado en jugo de cebollas. Él también puso de su parte contrayendo los músculos de la cara con una violencia muy creíble. Al galgo Rosendo tuvieron que enseñarle el retrato de su querido Niño Bola, muerto de un disparo de escopeta cuando robaba unas nueces, para que aullara de tristeza. A todo el pueblo le quedó claro que aquel contrato era una porquería por la que no merecía la pena pujar.
La familia fue a despedirlo a la estación. Después volvieron a sus quehaceres diarios a la espera de que se cumpliera el primer mes. Celebraron la llegada del giro con una gran comilona. Chelo quiso agradecérselo con una llamada telefónica. Él dijo que estaba bien, pero muy cansado. Con el paso de los meses, las llamadas se distanciaron. A ella le producía cierta incomodidad su voz agotada, las quejas sobre el trabajo extenuante. Dejó de hacerlo. Y siguió recibiendo, puntual, mes a mes, el dinero. Hasta que un telegrama le anunció que su querido esposo había muerto y, por tanto, el contrato se había extinguido. La familia lloró amargamente tan valiosa pérdida.