Fotografía tomada de la red. |
Para María Jesús. En su cumpleaños, dulces sueños.
Dicen que Napoleón dormía tres horas diarias. Supongo que eso lo trastornó. Yo temía que me ocurriera igual y comenzara a volar por un cielo inventado. Todas las noches escuchaba el golpeteo del segundero del reloj, a mi derecha, la respiración fuerte, amenazando ronquidos, a mi izquierda, el cuco de la vecina dando las horas y las medias, y las risas adolescentes en el parque. Crecían los ruidos, y se desbordaba el caudal de mi imaginación en aguas turbias de las que salían monstruos de gelatina.
Me compré un mp4 y a través de los auriculares me llegaba el espanto de la noticia. Veía amanecer acurrucada y temblorosa. Busqué nuevas emisoras y encontré: una tertulia que terminaba a voces, música enlatada y la voz lúgubre de un paranormal que hablaba con la tía muerta de una radioyente. Ya no dormía. Y al levantarme, olvidaba apagar el café y cruzaba mal los semáforos. Comencé a llorar a todas horas y por cualquier cosa. Así fue como lo conocí. Que no encontrara el tarro de helado de chocolate belga en el frigorífico del supermercado fue un nuevo revés de ese dios infame que me robaba el sueño. Tuve un ataque de ira y comencé a darle puñetazos al cristal mientras lloraba. “Señoga”, dijo con la voz más bonita que había oído nunca, “acompágñeme”. Y lo seguí convencida de que me entregaría al encargado, pero me llevó a tomar un café. Mientras me hablaba, entré en una nube rosa, como de algodón dulce. Recostada en el sillón de la cafetería, eché una cabezadita.
Ahora nos vemos todas las tardes. Él intenta convencerme de que deje a mi marido y me instale en su apartamento. Yo digo que sí, que uno de estos días; después le pido que me cante Le´Meteque, y enseguida me quedo dormida. Un domingo por la mañana fui a su casa, había decidido irme a vivir con él. Y entonces la vi abandonar el portal. Una morena muy guapa. No voy a hablarle de ella. Naturalmente diría que no tengo ninguna prueba, que podía salir de cualquier piso. Pero a mí no me engaña. Él vale mucho, se merece esa mujer. Voy a continuar viendo a mi querido Alan y dándole largas. Estamos en paz: yo tengo a mi marido y él a su morenaza.
Sencillamente, bravo.
ResponderEliminarMe hubiera gustado escribirlo a mí, pero me conformo con leerlo. Qué bien narras, qué bien captas las voces.
Un abrazo.
Mil besos agradecidos, Carlos.
ResponderEliminarPues felicidades para Mª Jesús. Genio, figura y un gran corazón.
ResponderEliminarEstupendo regalo el que le has preparado.
Besos a las dos.
Gracias, Juan.
ResponderEliminarMillón de besos.
Un regalazo Lola. Una preciosa historia con un final al gusto de todos. Nadie pierde, todos salen ganando.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Mil gracias, Rosa.
ResponderEliminarAbrazos, muchos.
Insólita, extraña, esa línea difusa que separa realidad y ficción, y que en muchas ocasiones se confunde. Quizá, existan muchas vidas que deambulan por esos territorios ficticios.
ResponderEliminarUn placer leerte, Lola.
Abrazos, besos.
Un placer recibir tus comentarios, Agus.
ResponderEliminarTriple de abrazos.
Un regalo cuya prosa liviana, casi pícara, provoca una sonrisa.
ResponderEliminarNo te conocía esta veta, Lola!
Besos muchos
Gracias, Patricia, por dejarme el regalo de tu comentario.
ResponderEliminarTriple de abrazos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe alegro de haberte atrapado de tan buena manera.
ResponderEliminarPuñado de besos.