Ella se baña. Él espera en el chiringuito. Pasa la lengua por la piel. Sabe a limón y sal: la devoraría. Un bocado, y se come media sardina.
31/7/11
26/7/11
RELATO GANADOR "CUENTA 140"
23/7/11
I36 DÍAS ENCERRADOS: EL ENCIERRO HA TERMINADO
Ayer, los padres, usuarios y trabajadores del C.O.Magerit, dejaron el encierro con una fiesta. Allí estuvimos para alegrarnos de los logros obtenidos, y despedirnos del Magerit. Han conseguido que no desaparezca un Centro Público. Dispondrán de un Centro donde reubicar a trabajadores y aquellos usuarios que quieran el cambio, después de unas reformas en un antiguo colegio. Quedan algunos flecos pendientes, como conseguir un compromiso escrito que garantice el regreso al Magerit tras las reformas necesarias, pero ha sido una gran victoria gracias a la perseverancia de padres, trabajadores, usuarios, simpatizantes y miembros de la Asamblea de Carabanchel del Movimiento 15M que plantaron sus tiendas dentro del recinto y no lo han abandonado hasta este momento. Creo que el eslogan que figuraba como estandarte de este largo pulso a la administración Aguirre, la cólera de dios, refleja muy bien lo que han sido estos 136 días de encierro : "Si luchas, puedes perder; si no luchas, estás perdido".
20/7/11
ENSAYOS (finalista del concuso de microrrelatos Eñe. Ganador de la semana del programa Wonderland)
Repaso sus ropas, las plancho, las doblo, les introduzco caramelos en los bolsillos del pantalón. Coso el ojo del hipopótamo, los lunares a la mariquita. Les preparo macarrones, croquetas, albóndigas, pizza, hamburguesas. Lo guardo todo en tupers etiquetados dentro del frigorífico. Dejo pan con chocolate sobre la mesa de la cocina, para la merienda. La última vez llegué hasta la estación, hoy tal vez pueda coger ese tren.
Repaso sus ropas, las plancho, las doblo, les introduzco caramelos en los bolsillos del pantalón. Coso el ojo al hipopótamo, los lunares a la mariquita, la estrella a la varita del hada madrina. Les preparo macarrones con tomate, arroz, croquetas, albóndigas y hamburguesas. Lo guardo todo en tupers etiquetados, dentro del congelador. Dejo leche y pan con chocolate sobre la mesa de la cocina, para la merienda. Escribo con mayúsculas una nota de despedida y la sujeto con un Bob Esponja a la puerta del frigorífico. La última vez llegué hasta la estación, tal vez hoy pueda coger ese tren.
Wonderland
Repaso sus ropas, las plancho, las doblo, les introduzco caramelos en los bolsillos del pantalón. Coso el ojo al hipopótamo, los lunares a la mariquita, la estrella a la varita del hada madrina. Les preparo macarrones con tomate, arroz, croquetas, albóndigas y hamburguesas. Lo guardo todo en tupers etiquetados, dentro del congelador. Dejo leche y pan con chocolate sobre la mesa de la cocina, para la merienda. Escribo con mayúsculas una nota de despedida y la sujeto con un Bob Esponja a la puerta del frigorífico. La última vez llegué hasta la estación, tal vez hoy pueda coger ese tren.
18/7/11
LA CULPA (finalista de la tercera semana)
El abuelo manoseaba a menudo una moneda, dentro del bolsillo del pantalón. Cuando me muera será tuya, decía al preguntarle qué tenía ahí, pero nunca me la enseñó. Pasaban los años y comencé a impacientarme. El día que murió, papá dijo que podía quedarme con algo suyo. Entre un reloj de bolsillo, el chisquero y la petaca, sobre la mesa brillaba la matrona Hispania con un ramo de olivo en la peseta de plata. No quise nada
16/7/11
AMORES DE INSTITUTO
Fotografía cogida de la red
Mi vieja está contenta. Mi viejo, también. Yo no. Ahí fuera se ríen, no sé por qué. Tampoco sé por qué estoy así. He aprobado. Y con buenas notas. Sin embargo sólo quiero estar aquí, lanzando la pelota a la pared. Mañana mismo quitaré los pósters. Barricada ya no me gusta. AC/DC, tampoco. Menos, Extremoduro. Mañana. Hoy no tengo ganas de moverme. Alicia es nada. Una tonta del culo que anda babeando por el guaperas que ha venido al insti. El facu me sopló que la vio con él el otro día. Y mientras tanto yo, peleando con las mates. Pero no voy a llorar como un crío por eso. Las hay mejores. A su amiga Sonia todos quieren ligársela. No es llanto. Tengo los ojos irritados. Las mates se me resisten siempre. De mí dicen algunos que soy un gafapastas. Tal vez tengan razón....¡Pelotazo a la copa de fútbol que ganamos en el torneo! Abolladura. Lo que faltaba. El facu, el topo, el manchas, el Quique, me matan todos cuando la vean.
Llaman al telefonillo. Quieren que me baje. Y yo que no me encuentro bien. Y ellos que me lleve algo de bebida, que los chinos son unos jetas. Es lo único que les importa. “Ahora voy”, digo, derrotado. Tal vez me anime. Quizá sea el momento de dejar atrás a Alicia y entrarle a Sonia. Eso estaría bien. Para que se joda. Ir a por la amiga. “¡Ahora mismo bajo!”, grito, más animado.
***********************
No sé qué le pasa al chico. Ha sacado buenas notas, debería estar contento. Es que no hay quien lo entienda. Lleva toda la santa tarde encerrado en la habitación. ¡Y venga darle golpes a la pared! Pero mejor no le digo nada. Si le digo algo, se arma. Tengamos la fiesta en paz. Un poco de tranquilidad, es lo que quiero. Alberto me ha preguntado qué bicho le ha picado, ¡cómo si yo supiera! Y otra vez que si no me ha contado nada. ¡Qué le va a contar a su madre! Antes sí, cuando era un niño, siempre que si mamá esto, que si mamá lo otro. Ya no. Son etapas. Eso dice el psicólogo. Es la adolescencia. “Cuando yo tenía su edad ya estaba trabajando en el taller de mi padre. No había tiempo para tonterías”. Eso dice Alberto. Y se enfada. Así que mejor lo dejo estar. Nos vamos a dar una vuelta por el parque y a ver si... ¡Vaya, lo vienen a buscar los amigos! Y se anima a salir. Le irá bien. Nos irá bien a todos airearnos un poco.
*************************
A mis amigos les entra la risa por todo y por nada. No entiendo el porqué de esta alegría colectiva, que parece que todo Aluche se haya vuelto loco, aquí, apiñados, calentitos en este mayo que ha venido con ganas de hacernos sudar la camiseta a todos. En el Auditorio no cabe ni una paja. Los críos son así, dan grititos y saltos con Andy y Lucas. Niñatos. No veo por ningún lado a Sonia, tampoco a Alicia. Pero debo prepararme para el encuentro. Que no me vea muermo. Se me van las gafas con el sudor a la punta de la nariz. Gafapastas, así me llaman. Me da igual. Pienso operarme la vista en cuanto pueda. Ahí van mis viejos con los del facu, mirando a un lado y a otro, seguro que para ver por dónde andamos. Son unos brasas. A nada que bajes la guardia te someten a un interrogatorio. Ya están aquí. Con la sonrisa puesta. ¿Por qué hoy todo el mundo es feliz menos yo, joder? Va mi vieja, que no se le escapa nada y me pregunta si me pasa algo. Y yo que no, que volveré tarde, que estaré con los amigos por la feria hasta que nos cansemos. Echo a andar con los amigos y ellos se quedan un momento como alelados, mirándonos, y luego se van a lo suyo: ponerse ciegos de panceta, morcilla y chorizo. Y al día siguiente, mi vieja andando a paso ligero por el parque para darle caña al colesterol.
Así que tengo que ponerme la puta careta de felicidad. Voy detrás del grupo, me detengo un momento, me quito las gafas y limpio el cristal húmedo con la camiseta. No veo ni un pijo, y me doy de bruces con la jeta del guaperas que me ha levantado a Alicia. Me enrabia el temblor de piernas que me ha entrado. Me coloco las gafas y cierro los puños a los lados del cuerpo. Le daría de puñetazos ahora mismo. “¿Qué dices?”. Me pregunta a mí. No sé qué quiere ahora. “¿Te vienes para el Punto a tomar unas birras?”. Eso dice el muy... Y entonces reparo en que Alicia no está con él. Relajo el cuerpo, relajo las manos. “Vais solos, sin chicas”, afirmo mientras recorro el grupo, su grupo, para cerciorarme. “¡A ver si cae algo esta noche!”, grita uno de ellos. Me pongo a reír como un loco, como si fuera la cosa más graciosa que he oído en toda mi vida cuando es una gilipollez como un piano. Y sigo riendo mientras me alejo con los míos. El facu baja la cabeza y dibuja una línea con la deportiva en la tierra antes de arrancar detrás. ¡Qué cabrón!, me digo, sin embargo no tengo ganas de darle una hostia. No ahora. Porque ahora la veo venir con su amiga Sonia, los pulgares agarrados a las presillas del vaquero, el ombligo como un pocito perforado con el pircing, la camiseta negra con el Extremoduro (en qué estaría yo pensando cuando dije de quitar el póster de mi cuarto), el pelo rabioso de rojo... ¡ay, los ojos como caramelos de menta, me los comería aquí mismo! Me mira, me mira, me mira a mí. “Te subes a la noria conmigo, Alicia”, le digo. Y ella que sí. Sonríe enseñando los brakers que enderezarán unos dientes que a mí me gustan torcidos.
**************************************
¡Míralo! Mi chaval, tonteando con las chicas. Como yo a su edad. ¡Hace tanto de eso! Pero parece que fue ayer cuando buscaba encontrarme con Elena, su madre, por los pasillos del instituto. Su risa tonta, al cruzarnos. ¡Qué guapa, con aquella falda por encima de la rodilla. Esa rodilla atravesada por una cicatriz blanca, como una culebra de río, me atraía como un imán y fue motivo de nuestro primer enfado, porque a ella no le gustaba que la mirara tanto. Pero también me acuerdo de nuestro primer beso, sentados, con la música de fondo, los altavoces de la tómbola que repetían hasta la náusea lo de la muñeca y el perrito. En lo más oscuro, entre los árboles. ¡Qué lejos aquellos tiempos! ¡ Y sin embargo me parece que fue ayer mismo! Pero ahí está mi chico, con la pelusa encima del labio, los gallos en la voz, su rebeldía de adolescente, que me dice que no, que han pasado los años, y que ha llegado la hora de que sea él quien esté arriba, en la noria, con su chica. Es el relevo. Y así debe ser.
******************************
Corre un aire fresco aquí arriba. Debería haberle hecho caso a mi vieja y haberme traído un jersey. Le paso el brazo por la espalda y la acerco hacia mi pecho. Siento su escalofrío y la abrazo más fuerte. La luna está llena. Desde aquí arriba veo las casetas de los Partidos, las de las Asociaciones, veo el humo subir desde los chiringuitos, veo a mis amigos, a mis padres, a todos ir y venir por la feria, como agua que corre. Dicen que aquí hubo antes un río y que de ahí le viene el nombre al barrio. Dicen. Y yo no quiero que la noria deje de girar y se acabe el viaje.
Llaman al telefonillo. Quieren que me baje. Y yo que no me encuentro bien. Y ellos que me lleve algo de bebida, que los chinos son unos jetas. Es lo único que les importa. “Ahora voy”, digo, derrotado. Tal vez me anime. Quizá sea el momento de dejar atrás a Alicia y entrarle a Sonia. Eso estaría bien. Para que se joda. Ir a por la amiga. “¡Ahora mismo bajo!”, grito, más animado.
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No sé qué le pasa al chico. Ha sacado buenas notas, debería estar contento. Es que no hay quien lo entienda. Lleva toda la santa tarde encerrado en la habitación. ¡Y venga darle golpes a la pared! Pero mejor no le digo nada. Si le digo algo, se arma. Tengamos la fiesta en paz. Un poco de tranquilidad, es lo que quiero. Alberto me ha preguntado qué bicho le ha picado, ¡cómo si yo supiera! Y otra vez que si no me ha contado nada. ¡Qué le va a contar a su madre! Antes sí, cuando era un niño, siempre que si mamá esto, que si mamá lo otro. Ya no. Son etapas. Eso dice el psicólogo. Es la adolescencia. “Cuando yo tenía su edad ya estaba trabajando en el taller de mi padre. No había tiempo para tonterías”. Eso dice Alberto. Y se enfada. Así que mejor lo dejo estar. Nos vamos a dar una vuelta por el parque y a ver si... ¡Vaya, lo vienen a buscar los amigos! Y se anima a salir. Le irá bien. Nos irá bien a todos airearnos un poco.
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A mis amigos les entra la risa por todo y por nada. No entiendo el porqué de esta alegría colectiva, que parece que todo Aluche se haya vuelto loco, aquí, apiñados, calentitos en este mayo que ha venido con ganas de hacernos sudar la camiseta a todos. En el Auditorio no cabe ni una paja. Los críos son así, dan grititos y saltos con Andy y Lucas. Niñatos. No veo por ningún lado a Sonia, tampoco a Alicia. Pero debo prepararme para el encuentro. Que no me vea muermo. Se me van las gafas con el sudor a la punta de la nariz. Gafapastas, así me llaman. Me da igual. Pienso operarme la vista en cuanto pueda. Ahí van mis viejos con los del facu, mirando a un lado y a otro, seguro que para ver por dónde andamos. Son unos brasas. A nada que bajes la guardia te someten a un interrogatorio. Ya están aquí. Con la sonrisa puesta. ¿Por qué hoy todo el mundo es feliz menos yo, joder? Va mi vieja, que no se le escapa nada y me pregunta si me pasa algo. Y yo que no, que volveré tarde, que estaré con los amigos por la feria hasta que nos cansemos. Echo a andar con los amigos y ellos se quedan un momento como alelados, mirándonos, y luego se van a lo suyo: ponerse ciegos de panceta, morcilla y chorizo. Y al día siguiente, mi vieja andando a paso ligero por el parque para darle caña al colesterol.
Así que tengo que ponerme la puta careta de felicidad. Voy detrás del grupo, me detengo un momento, me quito las gafas y limpio el cristal húmedo con la camiseta. No veo ni un pijo, y me doy de bruces con la jeta del guaperas que me ha levantado a Alicia. Me enrabia el temblor de piernas que me ha entrado. Me coloco las gafas y cierro los puños a los lados del cuerpo. Le daría de puñetazos ahora mismo. “¿Qué dices?”. Me pregunta a mí. No sé qué quiere ahora. “¿Te vienes para el Punto a tomar unas birras?”. Eso dice el muy... Y entonces reparo en que Alicia no está con él. Relajo el cuerpo, relajo las manos. “Vais solos, sin chicas”, afirmo mientras recorro el grupo, su grupo, para cerciorarme. “¡A ver si cae algo esta noche!”, grita uno de ellos. Me pongo a reír como un loco, como si fuera la cosa más graciosa que he oído en toda mi vida cuando es una gilipollez como un piano. Y sigo riendo mientras me alejo con los míos. El facu baja la cabeza y dibuja una línea con la deportiva en la tierra antes de arrancar detrás. ¡Qué cabrón!, me digo, sin embargo no tengo ganas de darle una hostia. No ahora. Porque ahora la veo venir con su amiga Sonia, los pulgares agarrados a las presillas del vaquero, el ombligo como un pocito perforado con el pircing, la camiseta negra con el Extremoduro (en qué estaría yo pensando cuando dije de quitar el póster de mi cuarto), el pelo rabioso de rojo... ¡ay, los ojos como caramelos de menta, me los comería aquí mismo! Me mira, me mira, me mira a mí. “Te subes a la noria conmigo, Alicia”, le digo. Y ella que sí. Sonríe enseñando los brakers que enderezarán unos dientes que a mí me gustan torcidos.
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¡Míralo! Mi chaval, tonteando con las chicas. Como yo a su edad. ¡Hace tanto de eso! Pero parece que fue ayer cuando buscaba encontrarme con Elena, su madre, por los pasillos del instituto. Su risa tonta, al cruzarnos. ¡Qué guapa, con aquella falda por encima de la rodilla. Esa rodilla atravesada por una cicatriz blanca, como una culebra de río, me atraía como un imán y fue motivo de nuestro primer enfado, porque a ella no le gustaba que la mirara tanto. Pero también me acuerdo de nuestro primer beso, sentados, con la música de fondo, los altavoces de la tómbola que repetían hasta la náusea lo de la muñeca y el perrito. En lo más oscuro, entre los árboles. ¡Qué lejos aquellos tiempos! ¡ Y sin embargo me parece que fue ayer mismo! Pero ahí está mi chico, con la pelusa encima del labio, los gallos en la voz, su rebeldía de adolescente, que me dice que no, que han pasado los años, y que ha llegado la hora de que sea él quien esté arriba, en la noria, con su chica. Es el relevo. Y así debe ser.
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Corre un aire fresco aquí arriba. Debería haberle hecho caso a mi vieja y haberme traído un jersey. Le paso el brazo por la espalda y la acerco hacia mi pecho. Siento su escalofrío y la abrazo más fuerte. La luna está llena. Desde aquí arriba veo las casetas de los Partidos, las de las Asociaciones, veo el humo subir desde los chiringuitos, veo a mis amigos, a mis padres, a todos ir y venir por la feria, como agua que corre. Dicen que aquí hubo antes un río y que de ahí le viene el nombre al barrio. Dicen. Y yo no quiero que la noria deje de girar y se acabe el viaje.
5/7/11
EL REENCUENTRO
Sobraban dos días. Miré la maleta abierta sobre la cama. La camiseta blanca, con la rosa que pinté, cerraba la ropa colocada en el hueco. Olía a cuero nuevo, a ramito de espliego durmiendo en el bolsillo de tela de un lateral. Sobraban dos días. El café amargo entró mezclado de algas. Lo sentí bajar lento hasta invadir tibio mi modorra. A lo lejos, un cuadrilátero blanco emborrachado con una marca de vermú, seguía, obediente y firme, la cola de un avión. Metí la cucharilla en la mermelada de frambuesa y la saqué completa. Brillaba la pulpa a la luz suave de la mañana. Saqué la lengua y la recogí en su barca. Ácida. Ácida y dulce la espera. Sobre la tostada, una onda marina amarillo pálido. La extendí. Un mordisco salado. Otro. Mantequilla de Holanda, dijo él. Y la dejó en el fondo del carrito de la compra. Una nueva taza de café y el minutero apuñalando otra raya del reloj de la cocina. Si fuera un cuco, pensé, lo mataría por bobo, pero esa esfera de plástico, con su escudo futbolero, ni tocarla. ¿A quién se le ocurre perforar el tiempo con algo tan anodino? A él, claro, ¿quién si no podría viajar con doce ostras metidas en hielo desde Galicia? ¿quién si no tendría el coraje de arropar un capullo con dos gotas de rocío en una mano y en la otra traer colgando semejante engendro ? Y sin embargo, sobraban dos días. El sol había roto la encimera dividiendo la hoja del cuchillo y remontando la mitad de una naranja sin jugo. Lavé la cafetera, la taza, el plato y la cucharilla. Todo limpio. Cogí el cubo naranja con su cangrejo de patas devoradas por la edad, también la pala amarilla de plástico gastado, y salí. En el porche, una gaviota insolente picoteaba un gusano desahuciado de una maceta. Moví los brazos y huyó chillando su protesta. Abajo, tierra húmeda, cementerio de conchas. Avancé por la orilla, dejando un rastro de huellas que el mar se iba comiendo, hasta llegar a la gruta. Me senté en la arena y fui llenando el cubo con mordiscos de días. Sobraban días. Nuevas paladas y el sol cegando de luz el agua. Sentía el estómago anunciando la hora. Montañas de arena apelmazada, enterrando minutos. Subió y pasó dos veces arriba dejando un rastro de chispas de estaño. Volví a casa, cerré la maleta, di dos vueltas de llave a la puerta de mi casa y me fui hacia la estación. El tren esperaba y, dos o tres giros de agujas dentro del cristal de mi muñeca, él .