Entraba en el instituto con su falda gris tableada, las medias y la camisa blancas, los mocasines negros, el pelo recogido en una coleta y la piel de nácar. Cuando sonaba el timbre, se encerraba en los servicios y cambiaba el uniforme por vaqueros rotos de cinturilla en la cadera, camiseta que dejaba al aire el ombligo perforado por la espiral de plata y botas de tacón alto. Salía con la cara morena de maquillaje, dos rosas en las mejillas y un corazón de sangre en los labios. Alcanzaba la puerta con la cabeza gacha, ocultando la identidad a la mirada de algunos profesores rezagados, llegaba a las afueras y allí se quedaba con la espalda pegada a una farola. Paraba un coche. Ella se acercaba a la ventanilla, el conductor bajaba el cristal, hablaban. A veces subía y otras dejaba sobre el metal la humedad de una mano pequeña que iba desapareciendo conforme se alejaba.
La última imagen es fenomenal. Todo el relato es de una precisión admirable.
ResponderEliminarTrite historia de alguien que quiere ser y no la dejan. Es una pena que la vida esté llena de esas personas.
ResponderEliminarBlogsaludos
Malestar y desazón a la vez me ha transmitido este micro. Has dibujado con precisión una triste realidad.
ResponderEliminarImpacta ese imagen de una mano pequeña.
Besos
Tu mirada sí que tiene precisión, Susana.
ResponderEliminarHistorias como ésta, las hay a patadas desgraciadamente, Adivín.
A mí también me impacta esa mano pequeña, Elysa.
Besos agradecidos a los tres.
Lola, ¡lo que se dice sin necesidad de palabras!
ResponderEliminarUna realidad.
Un abrazo.
Cierto. A veces las palabras sobran, José Manuel.
ResponderEliminarAbrazos a pares.
De un uniforme a otro, lamentablemente. Si busco algo positivo, sólo encuentro una: que de momento sigue yendo al colegio.
ResponderEliminarUn beso, Lola, pero... qué triste.
Tienes razón, Luisa, algo positivo tiene, pero qué triste. El próximo que cuelgue será más alegre, palabrita del niño Jesús.
ResponderEliminarAbrazos de consuelo.
Una historia comprometida, de denuncia, muy tuya. Admiro ese no ponerse de parte de nadie, esa neutralidad que esconde el grito, pero no la emoción ni el sentimiento. La literatura tiene que mostrar la realidad y esta historia lo hace en toda su crudeza. Valiente, Lola, como siempre. Deberíamos tomar ejemplo.
ResponderEliminarAbrazos, besos.
Terrible metamorfosis de ida y vuelta. Me encantó. Uno de esos micros con denuncia que tan bien sabes plasmar. Alguna vez he tenido la tentación de hacer el micro desde el punto de vista del "cliente", o del rufián, pero nunca lo he acabado. A mí personalmente se me hace difícil escribir sin una mínima empatía con el personaje.
ResponderEliminarSaludos.
Acuerdo con Luisa, va al colegio, eso es positivo.
ResponderEliminarQuiero ser optimista y pensar que la educación la salvará de su (hasta ahora) destino.
Porque si no es así deberíamos ser horriblemente pesimistas: de qué serviría la escela?
Beso angustiado
Agus, aprendemos unos de otros. Esa es una de las grandezas de la escritura.
ResponderEliminarQuítate las ataduras y ponte a ello, seguro que escribes un excelente micro, Agustín.
Yo también quiero ser optimista, Patricia, la esperanza de un mundo mejor es lo que nos hace creer en la denuncia.
Besos y abrazos a repartir.
Este micro es una verdadera joya, Lola, me encanta. Se me hace familiar, pero tal vez sólo sea que alguna vez soñé con escribir algo así.
ResponderEliminarBesazo.
Al leer este relato varias penas han acudido a mi mente:
ResponderEliminar-La pena de que una menor de edad se prostituya, sea cual sea la razón. O de que lo haga una mayor cuando no lo desea.
-La pena de que adultos, supuestamente responsables, respetables... utilicen a niñas para sus desahogos sin ningún tipo de escrúpulos.
-La pena de callar y no denunciar.
-La pena de que muchos padres ignoren las graves situaciones que viven sus hijas.
Lola, me ha gustado mucho este relato riguroso (tanto por preciso, como por duro).
Un abrazo.
Creo, Jesus, que no lo colgué antes, pero como soy tan despistada...
ResponderEliminarMuchas penas, Nenúfar, y todas son verdaderas.
Besos y abrazos agradecidos.
Al final del texto la imaginación se queda con esa mano pequeñita soñando que no desaparece. Triste, melancólico, real. Consigues con pocas líneas que uno le coja cariño a esta niña y quiera devolverle la infancia
ResponderEliminarSaludillos
Jo Lola, qué duro y qué realista. La imagen de la mano en el coche es una de las metáforas más potentes que he leído en mucho tiempo. La presencia que se desvanece en cuanto se aleja. Tienes un objetivo (fotográfico) más potente que los del Times. Besos mil!
ResponderEliminarA lo dicho sólo recalcar la grandeza de la frase final, la mano pequeña y húmeda... es espectacular.
ResponderEliminarUn saludo indio
Se me ha quedado marcada esa huella pequeña.
ResponderEliminarBesos, Lola.
Tremendo, Lola. Y muy de actualidad, lamentablemente.
ResponderEliminarAbrazos
La última frase es e-s-p-e-c-t-a-c-u-l-a-r
Qué duro relato, Lola. Duro por saber que, una vez más, la realidad supera la ficción. Me conmueve tu compromiso con las injusticias. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarLos niños, esos seres a los que deberíamos proteger. ¡Cómo no cogerles cariño, Puck!
ResponderEliminarRocío, para objetivo fotográfico de gran precisión con el mundo infantil, el tuyo.
Indio, la mano, cuanto más pequeña, más grande es la huella que deja en nosotros.
Espero, Tor, que sea como la del relato que poco a poco se seca en el cristal.
Woody, tú si que has hecho filigranas con la última palabra.
Me alegro, Pedro de haberte conmovido.
Besos cargados de esperanza a repartir.
Uf, tremendo micro.
ResponderEliminarAbrazos angustiados,
PABLO GONZ
Los he sentido y estoy en un grito.
ResponderEliminarAbrazos desangustiadores.
Muy duro este relato, Lola, pero tú tienes el arte de meternos en una historia terrible con la sensibilidad que solo los grandes escritores saben hacer. La imagen es tan clara que he sentido una punzada cuando la he visto apoyada en la ventanilla del coche, ofreciéndose. Un beso.
ResponderEliminarTengo ahora mismo dos rosas en la cara. Gracias, Maite.
ResponderEliminarBesos triples.
Una vez estuve en Cuba, de viaje de estudios. Recuerdo que, durante el vuelo, algunos iban muy ilusionados, se había corrido la voz de que a las chicas no haría falta pagarlas, la situación en la isla era tan dramática que muchas se conformaban con pagos en prenda, unas braguitas, jabón, pañales para los niños, leche en polvo, ese tipo de cosas.
ResponderEliminarMuy bien descrito, Lola, desbordas finura literaria por los cuatro costados. Un beso.
Está muy bien contada. Solo con una descripción precisa, muy objetiva, sin necesidad de ser melodramática. Sabes contenerte hasta el final. La imgen final es memorable, Lola.
ResponderEliminarPor cierto, me tienes que decir que libro quieres.
Muy bella la imagen final y muy trabajada la narración.
ResponderEliminar¡Ay, Alberto, qué poco valor se le da a la dignidad de una persona a veces!
ResponderEliminarYo me contengo, Ernesto, y te digo que, si no estás de coña, me quedo con el libro que tú quieras darme que seguro que será de p.madre.
Por cierto ¿sabes lo de la quedada macromicrorelatista? ¿Te acercarás a las Tres Rosas?
Me alegro de que te parezca una buena narración, Daniel.
Besos agradecidos a repartir.
Conciso, perfecto relato, Lola. Los detalles, siempre los detalles...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, Lola.
Muchas gracias, Mónica.
ResponderEliminarBesos madrugadores.
Me ha encantado el micro, pese a lo triste de la historia, pero está muy bien transmitido el drama que cuentas, con esa mano pequeña. Qué escalofrío.
ResponderEliminarAhora te mando una manta de cariño, Manu, para que no tirites.
ResponderEliminarBesos. Más.
Una pena múltiple. Dos micros intensos de seguido.
ResponderEliminarPero intensa la vida.
Un abrazo.
Gracias, Edgar, por tu pena.
ResponderEliminarBesos alegres.