GANADORA DEL VI CERTAMEN DE CARTAS DE AMOR, DE LA CASA DE CULTURA DEL AYUNTAMIENTO DE GRADO (ASTURIAS)
Querido Alberto:
Te escribo para recordarte, para recordarnos, porque a veces se me queda la mente en blanco y añoro nuestra vida que presiento tras la niebla espesa que penetra y se queda durante un tiempo infinito, en mi cabeza.
“Dime que me quieres”, te decía yo cuando era muy joven. Tú me contestabas: “No te quiero” y yo reía fuerte, cerraba los ojos y movía mi cuerpo a ritmo de bolero.
Dime que me quieres”, me decías tú cuando nació nuestro hijo. Yo te contestaba: “No te quiero” y tú te esforzabas en sonreír pero se te quedaba en mueca amarga. Porque tú querías que la estancia del amor se llenara contigo, sólo contigo. Comenzaste a repetir: “Dime que me quieres”, como si el hecho de que yo te dijera sí, te pudiera asegurar el amor. Como si el hecho de pronunciar dos palabras, me amarrara a ti para siempre.
“Dime que me quieres”, te pedía cuando comenzaste a volver tarde del trabajo y yo arrastraba las zapatillas por la casa, con la bata cruzada en el cuerpo, el pelo recogido con una goma en una coleta, y una mancha de leche rezumando de mi pecho. "Te quiero”, decías, y yo no te creía. Aborrecía mi imagen en el espejo, aborrecía la espera a que tú llegaras, aborrecía el suelo, las paredes, el cazo y las ollas. Me aborrecía.
Una cinta larga, larga, como una cadena de color gris. Eso era yo para ti. Dejaste de venir a casa. “Dime que me quieres”, me empeñaba yo en arrancarte un sí, todas las noches, cuando llamabas. Me contestaba tu silencio. Luego: “¿Cómo está el niño?”. Y después cortabas y yo me quedaba con el auricular pegado a la oreja, escuchando el tono.
Un día abrí una ventana de vapor en el espejo del baño y me miré. Recogí mi pelo en la nuca con el pasador de carey, le di unos toques de color a mi cara. Pinté mis labios. Sonreí. Dejé de llorar. En el armario, mis vestidos, mis jerseys, mis faldas y los zapatos de tacón habían esperado a que aquella nube turbia se disolviera en el cielo. No te llamé más. Dejé que el tiempo transcurriera suave. Y entonces fuiste tú el que volviste a nuestro viejo juego. “Dime que me quieres”, decías en mitad de una de nuestras conversaciones por teléfono, cada vez más largas, más penoso el momento de colgar, más difícil la despedida. “No te quiero”, te contestaba, y tú, como cuando éramos muy jóvenes, te reías.
“Dime que me quieres”, te digo. Me pongo delante. Entre tu mirada y el infinito que sigues explorando todos los días. Y a veces mueves la cabeza y sonríes, aunque nuestro hijo diga que no, que ya no sabes lo que es eso, y acercas tu mano a mi cara. Otras, preguntas quién soy. Las más, ni siquiera contestas. Abro el cuaderno por donde lo dejé el día anterior y sigo escribiendo esta carta. Para que quede ahí, para que no se pierda en el olvido que soy casi siempre para ti, en el olvido que serás, tal vez, para mí. Paro de vez en cuando. Levanto el bolígrafo de punta fina y te observo. Ya no veo ese brillo en tu mirada que unas veces era enfado, otras dudas, y algunas miedo. Aquella viveza con la que me seguías hasta la cocina, abrías el frigorífico y mientras yo terminaba de freír un pescado o de echar los fideos a la sopa, tirabas de la anilla y bebías de la lata de cerveza. ¿Cuándo dejé de pedirte que me dijeras que me querías? ¿Cuándo dejaste de hacerlo tú? No lo recuerdo. Quizás fue un pacto entre los dos, sin que lo acordáramos con palabras. Quizás dejé de pedirte que me dijeras que me querías, porque si me contestabas sí, yo pensaba que era no, que necesitabas tapar algo con ese sí, y si me contestabas no, tal vez te creería. Habías vuelto y ya no era igual que antes. Ni mejor, ni peor, sólo diferente. Con más dudas y miedos quizás, pero también con heridas cicatrizadas de las que habíamos aprendido algo. Volviste y todo fue más reposado, un discurrir de días como si flotáramos en un mar calmo, tú y yo, y también el niño, a quien habías aprendido a amar como algo tuyo, separándolo de mí, de lo que yo pudiera sentir por él. Era un yo contigo, tú conmigo, tú con él, yo con él, tú, él y yo. Un mecerse sobre olas tibias.
Comencé a mirarte todas las noches mientras dormías, con el brazo doblado bajo la nuca. Seguía tu respiración pausada, tus sonrisas, tus llantos; porque sí, a veces reías y llorabas en sueños, y también hablabas. Hablabas de aquella vez, cuando te alejaste de mí porque no soportabas que yo me volcara en el pequeño, y se interpuso entre los dos cuando debía ser de otra manera. Hablabas y nombrabas a una mujer que no era yo. Así son los sueños, traicionan los secretos. Y aquel hueco tuyo, me estuvo mortificando durante un tiempo. Porque yo quería llenar cada uno de tus instantes, seguir tus pasos, conocer tu vida, hacerla mía. Que no hubiera un pedazo tuyo ajeno a mí. Intentaba ocuparlo con una historia y no funcionaba. Porque unas veces era de traición y otras de amores rotos como la porcelana que rompió mi madre cuando mi padre la dejó. ¿Me quieres? Así estuve durante mucho tiempo, intentando despejar esa incógnita que se había quedado, como un cristal duro, invisible, pero imposible de atravesar, entre nosotros. Te espiaba dormido, porque despierto no quería preguntarte e iniciar un nuevo remolino de celos, reproches y otras malas hierbas que había que segar día a día para que no cogieran fuerza y reventaran los cimientos del amor con sus raíces. De aquellas noches en vela, mirándote y escuchando tu bisbiseo y el nombre, siempre el mismo, entre sueños, guardo un recuerdo que, fíjate, lejos de ser amargura en su estado puro, tiene algo de agridulce. Porque sentí que te quería más, admiré el perfil de tu cara, iluminado por la luz de la luna que entraba a través de las rendijas de la persiana, a trozos, con sombras de agujeros negros, como los que yo llevaba en mi interior. De madrugada, me abrazaba a tu cuerpo, y me sentía feliz por poder tenerte a mi lado y dormía hasta que sonaba el despertador y tú te levantabas y me mirabas desde tu altura. Quieto durante unos minutos. Vigilando mi falso sueño. Te miraba a través de dos rendijas, entre los juncos de mis pestañas, sin que tú te dieras cuenta. ¿O tal vez sí?
No fue premeditado. Te inclinaste para darme un beso, como hacías todas las mañanas, después de mirarme. Y yo susurré un nombre que no era el tuyo. Te detuviste a medio camino, y te pusiste serio un momento. Pero enseguida volviste a sonreír. Bajaste hacia mí y, después de besarme, dijiste: “Yo también te quiero”. Y me sentí feliz y algo avergonzada por mí, por las dudas, por el resentimiento acumulado durante todas esas noches. A ti no te importaba que otro nombre habitara mis sueños ¿por qué iba a importarme a mí? A veces pienso que tú, como yo, fingías dormir, y que inventaste un nuevo juego para nosotros. Nunca podré saberlo porque tú ya sólo estás a ratos conmigo y esos ratos se nos van en un mutuo reconocimiento. En tocarnos. Volver a nuestro antiguo juego, decirte una vez más: “Dime que me quieres”. Y contestarme con una sonrisa y un cabeceo, antes de que la mirada se te vaya otra vez detrás de la ventana, de los edificios, del campo, del mar, de la tierra, del espacio, del pozo en el que ahora andas metido, mi querido Alberto.
Espléndido, enhorabuena Lola, ya te he dicho más de una vez que eres un espejo donde mirarse. Un abrazo infinitesimal.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Maite.
ResponderEliminarBesos elevados al cubo.
En las distancias cortas, en las distancias largas, Lola y Lola, que es como decir gritando: "Ole y ole"
ResponderEliminarUn beso, solo un beso.
Gracias, Luisa, ese beso me sabe a gloria.
ResponderEliminarAbrazos muy tiernos.
A mí me parece muy difícil escribir este tipo de cartas, es más : no me salen.
ResponderEliminarTú pones toda la carne en el asador, y las llenas de chicha, de sustancia viva.
¡Enhorabuena Lola!
Enhorabuena. Arrasas. Da igual en el mundo de lo breve como de lo no tan breve.
ResponderEliminarUn saludo indio
Rosana, Indio, agradecida quedo ante tanto halago.
ResponderEliminarBesos a la máxima potencia.
Felicidades Lola. Realmente impresionante. Es un ejercicio impecable. Desde la primera frase, la emoción crece y crece hasta llegar a ese final que no diré que es triste, porque no lo es, aunque lo sea. Buf, buf...Me has dejado ko. Sin palabras, pero lleno de admiración. Gracias.
ResponderEliminarAbrazos, besos.
Felicidades por el premio. No me extraña nada. No he podido dejar de leer de principio a fin acompasando la respiración a las frases...
ResponderEliminarSaludillos
Muchas gracias, Agus.
ResponderEliminarMuchas gracias, Puck.
Contenta estoy con vuestros comentarios, porque es importante para mí que os guste la carta a quienes escribís tan bien.
Besos a repartir.
Muchas felicidades, Lola, por el premio a esta preciosa carta agridulce, tierna, original... que tan bien refleja, a mi parecer, los vaivenes de la vida y del amor.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Un abrazo.
¡Genial! Felicidades por este premio y por tan buen trabajo. Sabes que me gustan más los largos que los cortos, pero veo que te mueves bien por los dos campos. Encuentro muy meritorio, para una carta tan extensa, el que no pierda fuerza en su desarrollo y se mantenga el interés hasta el final.
ResponderEliminarEnhorabuena. Besos a puñaos.
Gracias, Nenúfar. Me alegra que te guste.
ResponderEliminarCompañero, tú es que me ves con buenos ojos.
Besos madrugadores a repartir.
Una mirada dulce y amarga, contradictoria y cierta, a la complejidad de vivir eso que llamamos amor. Hasta llegar a ese momento en que todo se reduce a lo esencial.
ResponderEliminarTu carta es un lienzo en el que observar cada retazo sin prisas, dejando que el ánimo se adueñe de ese discurrir incierto que es la vida en común, que dejas fluir entre los dedos de tu pensamiento.
Me alegro contigo, Lola. Mucho.
Gracias, Cora, por pasearte por aquí y dejar esa mirada perspicaz de la carta.
ResponderEliminarBesos triples.
Lola, qué maravilla.
ResponderEliminarMe gusta el juego sutil de las identidades porque todos somos otros, con otros nombres a veces, y otras no. Y cuando nos encontramos, siempre cabe la posibilidad de que finalmente nos olvidemos hasta de nosotros mismos, cosas que pasan. Así que lo dicho, tu carta refleja esa complejidad de lo múltiple y además nos la dejas repletita de emoción. Felicidades guapa (y muchos besos)
Complejas son las relaciones de pareja, sí. Mar calmo unas veces, y revuelto, otras.
ResponderEliminarBesos sin complejidades, Rocío.
Conmovedor. Está tan bueno que en ningún momento recordás que estás leyendo. Es la fluidez de lo coloquial que te atrapa entre las imágenes, los detalles y la naturalidad de la expresión.Hay unas oraciones largas por allí, que son para apuntarse en un cuaderno y guardarlas como ejemplo (es lo que haré,jeje) Gran despliegue de recursos, Lola. Felicitaciones por tu premio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hija mía. Que te pongo yo ahora, después de leer esta maravilla. Dejaré un trozo de belleza:
ResponderEliminar"admiré el perfil de tu cara"
Bravo, Lola.
Un beso desde aquí abaaaaaajo.
Lola, sin palabras. Excelente carta. Un abrazo y un beso.
ResponderEliminarMónica, Torcuato, José Manuel, sin palabras me quedo por tan excelentes comentarios.
ResponderEliminarBesos y abrazos agradecidos.
Soberbia, Lola, de verdad soberbia. Más de una vez has hablado de lo importante que es poner el corazón en lo que se escribe, y predicas con el ejemplo. No se puede escribir una carta como esta sin sufrirla por dentro. Y claro, con esa montaña de talento.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Jesus, no sé cómo agradecerte tanta generosidad. De momento decirte que estoy encantada con tu comentario.
ResponderEliminarBesos triples de finde.
Hermosa carta y hermoso blog, Lola.
ResponderEliminarEnhorabuena de nuevo.
Gracias, Ern. Y bienvenido al blog.
ResponderEliminarBesos de finde.