8/8/09

EL BIDÉ.

Hasta hoy no había encontrado utilidad al bidé. Voy de un lado a otro descalza, intentando engañar al calor. No me quejo, soy del sur. Si viviera en Helsinki por ejemplo, la depresión me habría calado hasta el tuétano. Pero soy del sur y me gusta el sol. La casa está en penumbra. Una penumbra agradable porque sé que detrás de la persiana existe la luz amarilla y caliente. Esa es la oscuridad a medias que quiero, no el gris del invierno. Soy del sur, ya lo he dicho. Tampoco me gusta la luz eléctrica. Me levanto a las seis de la mañana cuando aún no ha arrancado el día. Voy a la cocina a tientas y tropiezo con mi gato Lucas en el pasillo. Pero hace días que no me lo encuentro. Anda perdido, buscando un sitio donde tumbarse. Porque él tiene pelo, más que yo que estoy sobrada, y se mete en el armario a nada que te descuides. A media noche, o de madrugada, aprovechando una salida para refrescarme al baño, viene a la habitación y se tumba a los pies, de cara al ventilador, pero en algún momento se va y amanezco sola, atravesada en la cama, algunas veces con el ventilador apagado, otras con las aspas moviendo un aire espeso y caliente. No hace ruido Lucas, apenas maúlla, come poco. Pero hoy cuando iba a ducharme lo he encontrado en el bidé, como Moisés en su canastilla, y por fin he comprendido para qué sirve el bidé.

3 comentarios:

  1. Ese Lucas de costumbres sibaritas, tiene la mirada de los que se saben dueños de espacios y caricias.


    La editora impaciente

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