CICLOS.
Autora: Lola Sanabria.
Hace años que no vuelvo al otoño de copas amarillas y rojas. Entre caminos que se hunden bajo el peso de un insecto y no dejan que la huella del zapato llame a la otra huella. Silencio. Y de vez en cuando un graznido de pájaro. Muchas veces me pregunto el porqué del sopor y la melancolía, si bajo las cenizas del calabobos, los colores dañan la retina de tan fieros que se presentan. Silencio. Morir un poco. Le cuesta abrir al día y la noche entra insolente cuando aún la tarde no ha acabado. Sentarme en un banco de madera y oler la humedad que gotea de los castaños y pudre las hojas que se doblan sobre las botas. ¿Habrá setas este año?, diría para que no me doliera tanto esa estúpida tristeza que me empapa por dentro. Pero sólo se oirá mi voz perdiéndose entre las vallas de madera y el rumor del agua que busca la salida bajo el puente. Entonces me levantaría para seguir mi camino y dejar atrás la oscuridad que se acerca y va comiéndose los colores. Entraría en La Alberca para seguir la campanilla a la hora de las Ánimas y cuando dejara el pueblo, todo esto se quedaría atrás como algo vivido que se perderá en el primer recodo de mi vida y eso será también morir un poco. Porque ya en el coche, devorando asfalto, pondré la música y pensaré en las luces de la ciudad y en el invierno que se avecina con sus días de hielo pero también en que pasará el tiempo y llegará la primavera y oleré de nuevo el azahar de los naranjos y veré los almendros en flor y abrirse, una vez más, las mimosas. Espero.
Autora: Lola Sanabria.
Hace años que no vuelvo al otoño de copas amarillas y rojas. Entre caminos que se hunden bajo el peso de un insecto y no dejan que la huella del zapato llame a la otra huella. Silencio. Y de vez en cuando un graznido de pájaro. Muchas veces me pregunto el porqué del sopor y la melancolía, si bajo las cenizas del calabobos, los colores dañan la retina de tan fieros que se presentan. Silencio. Morir un poco. Le cuesta abrir al día y la noche entra insolente cuando aún la tarde no ha acabado. Sentarme en un banco de madera y oler la humedad que gotea de los castaños y pudre las hojas que se doblan sobre las botas. ¿Habrá setas este año?, diría para que no me doliera tanto esa estúpida tristeza que me empapa por dentro. Pero sólo se oirá mi voz perdiéndose entre las vallas de madera y el rumor del agua que busca la salida bajo el puente. Entonces me levantaría para seguir mi camino y dejar atrás la oscuridad que se acerca y va comiéndose los colores. Entraría en La Alberca para seguir la campanilla a la hora de las Ánimas y cuando dejara el pueblo, todo esto se quedaría atrás como algo vivido que se perderá en el primer recodo de mi vida y eso será también morir un poco. Porque ya en el coche, devorando asfalto, pondré la música y pensaré en las luces de la ciudad y en el invierno que se avecina con sus días de hielo pero también en que pasará el tiempo y llegará la primavera y oleré de nuevo el azahar de los naranjos y veré los almendros en flor y abrirse, una vez más, las mimosas. Espero.
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