Aquel dibujo en el asfalto
había captado a la perfección el movimiento. Una pierna doblada hacia atrás,
como en el aire, y la otra tocando el suelo. Más que andar, corría. Y los
brazos. El derecho con la mano abierta, como si quisiera agarrar una rama, o
enlazar unos dedos amigos. El izquierdo hacia atrás, doblado por el codo,
impulsando el cuerpo. Unos trazos de tiza que trascendían, de alguien que amaba
a la humanidad. Podría haber sido una obra de arte, si no fuera porque
enmarcaba una gran mancha roja y correspondía al perfil del cuerpo de una mujer
recién asesinada.